El libro de Mateo
capítulo 5-a, Podcast #008
1Viendo la multitud,
subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2Y abriendo su boca
les enseñaba, diciendo:
3Bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4Bienaventurados los
que lloran, porque ellos recibirán consolación.
5Bienaventurados los
mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8Bienaventurados los de
limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
9Bienaventurados los
pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10Bienaventurados los
que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos.
11Bienaventurados sois
cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal
contra vosotros, mintiendo.
12Gozaos y alegraos,
porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los
profetas que fueron antes de vosotros.
Como hemos escuchado,
estas son las hermosas bienaventuranzas. Mateo inicia el capítulo indicándonos
que Jesús miro a toda la multitud.
Cuando nos paramos frente a un estrado y observamos a la gente podemos alcanzar
a notar las expresiones en sus rostros, desde aquellos que están desinteresados
hasta aquellos que llegan con una gran aflicción en su expresión, sin embargo,
no es posible para nosotros observar cada una de las personas presentes y es
por eso que necesitamos ser revestidos por el espíritu santo para que la
Palabra dada desde el pulpito, sea una palabra que penetre en las almas de cada
oyente. Jesús, con un ojo omnipresente observo a toda la congregación,
escudriño sus pensamientos, y todas sus necesidades y dolencias salieron a la
luz de su entendimiento, la observo como aquellas ovejas sin pastor y subiendo
a un monte tomo asiento y espero a que todos sus discípulos fueran hacia él. Y
mateo nos específica, que abrió su boca y comenzó a enseñar quienes son
bienaventurados y muchas otras cosas que veremos en los próximos 3 capítulos
que comprenden la enseñanza del famoso “Sermón del Monte”.
Las bienaventuranzas,
que son las que revisaremos en este y el siguiente podcast, son 7 u 8
enseñanzas para responder la pregunta ¿Quiénes son salvos?
Una bienaventuranza,
conforme al contexto, es una felicitación; es una manera de exaltar al creyente
por mantener una conducta grata ante los preceptos de Dios, y esto se traduce
en una felicidad enorme para el creyente. También nos hace alusión a lo que nos
dice Juan 3:17 en su evangelio “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” que mayor
bienaventuranza que ésta.
Bien, nuestro Sr.
Jesús inicia las bienaventuranzas como los escalones de una escalera que nos
lleva a las más hermosas gratificaciones. Cada escalón tiene su propia
exaltación y nos alienta a seguir hacia arriba, pero tanto el primero como el
último de los escalones mantienen una equidad de recompensa.
La primer
bienaventuranza nos dice: Bienaventurados
los pobres de espíritu. Estos son aquellos que han sido profundamente
convencidos de su culpabilidad con su pecado ante el Dios todopoderoso, no
saben ocultar su necesidad de perdón, no son sabios en su propia opinión ni
santos a su propia vista, tampoco se consideran ricos por la abundancia de sus
bienes, más bien se consideran Infelices, Miserables, Pobres, Ciegos y Desnudos,
tienen una profunda decepción de sí mismos al verse tan lejos de los atributos
santos de Dios. Una persona que acaba de recibir a Jesús en su corazón, no
puede tener la bienaventuranza de ser limpio de corazón, o la de ser misericordioso,
o la de ser manso, bienaventuranzas llenas de grandes virtudes, sin antes
recibir la pobreza de espíritu, la convicción de que no hay nada que él pueda
hacer para acercarse a la santidad de Dios, para salir de la miseria en la que
se encuentra. Esta bienaventuranza, aunque se considere la más baja de todas, nuestro
Señor Jesucristo dice de aquellos que la poseen “ES el reino de los cielos”, de aquellos que saben que dependen
enteramente de Jesucristo su SEÑOR para saciar todas sus necesidades, Dios les
regala su reino. Un regalo no menor para cualquier bienaventuranza.
La segunda bienaventuranza
es para aquellos que lloran; estos
son los que se afligen de su pecado constantemente, son personas que no
soportan el peso del pecado y viven una vida incomoda por sus imperfecciones;
se avergüenzan de su mal comportamiento ya que se ven observados por Dios en
todo momento. El resultado de reconocer tu pobreza espiritual, la primera
bienaventuranza, te lleva a derramar lágrimas por el reconocimiento de ti
mismo, de tu maldad, de tu posición tan apartada de Dios y te orilla al
arrepentimiento. Este es el segundo escalón, impulsados por gracia desde el
primero. Es una dicha para todos nosotros saber que nuestras lágrimas
derramadas por el dolor que sentimos por las faltas deliberadas que hemos hecho
en contra de Dios, por vernos tan lejos de él y sus promesas, por sentirnos
inmerecedores de la sangre de nuestro Sr Jesús, seremos recompensados con una consolación por siempre y para
siempre, bendito seas mi Sr Jesús, alabada sea tu obra por siempre y para
siempre, tu que enjugas toda lagrima sincera llena de arrepentimiento con tus
tiernas manos y cálidos brazos. Si observamos hermanos, la pobreza de espíritu
nos lleva a derramar lágrimas de arrepentimiento, tanto una como la otra están llenas
de la Gracia de Dios. La Gracia es el regalo que Dios nos da, para reconocer
nuestras faltas y llevarnos a un genuino arrepentimiento. Aquí Jesús nos dice
que estos serán consolados y que el reino de los cielos es de ellos.
La tercer
bienaventuranza es para los mansos, esta
bienaventuranza esta revestida de una virtud positiva a diferencia de las dos
anteriores, aquí podemos observar una virtud que trabaja, una virtud que nos
lleva a obras santas, una virtud que no se puede quedar en casa almacenada. La
mansedumbre, es observada y experimentada por terceras personas. Al toparte con
un hombre lleno de esta virtud, no solo te topas con un hombre que reconoce su
pobreza espiritual y se lamenta de ella, te topas con un hombre con un carácter
dominado, que no se ofende fácilmente, que soporta agresiones sin
resentimientos, que tiene una satisfacción con lo poco o mucho que le da Dios, que
tiene sujeta su voluntad a la voluntad de Dios, que escudriña las escrituras
para tener un corazón conforme a los preceptos de Dios, que no levanta su puño
en contra de la disciplina de Dios. Una persona así, llena con esta hermosa
virtud, es un bienaventurado, es un hombre dichoso, un vaso útil para Dios, un
hombre vacío de sí mismo y lleno con una humildad santa, un hombre que no
anhela más de este mundo sino del venidero, estos hombres no son desechados,
sino necesarios para la humanidad. Cuando te acercas con un hombre manso, un
hombre humilde de corazón, como todo cristiano debe ser, puedes derramar todas
tus angustias sobre de él porque este hombre está a un lado tuyo, humildemente
te entiende, no te juzga, antes ora por ti y por tu bien estar. Hermanos
debemos orar para tener la dicha de recibir esta bienaventuranza, es un honor
ser manso ante los ojos de Dios y es una necesidad social, es imposible ver al
mundo como lo vemos sin hombres mansos, que claro son pocos muy pocos, pero
conllevan el equilibrio de esta sociedad. Mi padre una vez me dijo, nosotros
somos el 10% que da equilibrio al otro 90%, esto me lo decía hablando de las
personas responsables que pagan sus impuestos, que no se roban la luz o el agua
y que tratan de vivir una vida honesta. Nuestro Sr Jesús dice que “ellos recibirán la tierra por heredad”
pues su esperanza esta siempre en Dios.
Las personas que
tienen hambre y sed de justicia han
llegado al cuarto escalón de estas hermosas bienaventuranzas, no sin antes
pasar por el reconocimiento de su pobreza espiritual, su lamento por el pecado
y su revestimiento de humildad hacia Dios y los que le rodean. Al no tener
anhelo o hambre por las ganancias de este mundo, habiéndolas desechado en su
mansedumbre, reciben unas nuevas, el hambre y sed de justicia. Hay un punto en
estos bienaventurados, donde solamente están interesados en la justicia de Dios,
pero al verse tan lejos de ser rectos ante los más altos estándares, desean con
todo su corazón recibir la justica de Dios, desean hacer el bien, desean estar
bajo los preceptos de Dios y ser vistos por Dios como justos, pero saben que no
son capaces, cuanto más se esfuerzan más se dan cuanta que no pueden. Estos
hombres, sedientos por recibir la aprobación de su padre como hombres justos,
buscan la justificación como lo más precioso de sus vidas, buscan la santidad
como la jema más valiosa en la faz de esta vida. Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque serán saciados, “el que a mí viene, nunca
tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás (Jn 6:35)”. Amen, Amen.
En Cristo somos justificados, en su muerte y resurrección somos hecho hijos de
Dios, para los que creen en Jesús, para los que tiene hambre y sed de Jesús,
para los que han dejado las riquezas de este mundo, por la riqueza mayor, por
la única riqueza verdadera, Cristo, nuestro Jesucristo. Que no bajo de su trono
a justificarse a sí mismo, sino que bajo a justificarnos, a regalarnos su
justicia, a saciarnos de ese pan del cielo, que por nosotros y por nuestros
pecados fue entregado. Bendito seas mi Señor Jesús, que más alegría podría desear,
que mayor bienaventuranza que esta. En Cristo somos saciados y seremos saciados
eternamente.
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